No podría decir nada nuevo y sobre todo, más hermoso de lo que se ha dicho y escrito de Granada. Por eso en el título recojo una parte de lo que alguien escribió sobre la ciudad porque coincide y resume lo que siento.

Es la tercera vez que la visito, y cada vez descubro algo nuevo, algún rincón que me cautiva o sencillamente, aunque mis ojos miren lo mismo que veces anteriores, no lo ven igual. Porque aunque el tiempo no cambie esta hermosa ciudad, si me ha cambiado a mí y a través de mis ojos llenos de tiempo, deseos, vivencias y sueños, unos realizados y otros no, la veo distinta y más hermosa.

Así que inicialmente no pensé  escribir nada sobre ella, y  tampoco pienso hacerlo ahora.  Sencillamente me limitaré a que las imágenes hablen  por sí mismas y yo, en mi línea, intentaré adornarla, si es que es posible, con algún comentario adicional que añada algún valor.    

Sobre las Alpujarras, me pasa más o menos lo mismo. Son lugares tan visitados, tan populares que poco nuevo se puede decir de ellos y son tantos los que escriben y lo hacen infinitamente mejor que yo, que prefiero permanecer semi-muda y que sean igualmente las imágenes las que principalmente relaten la belleza de estos lugares.

Nuestra escapada duraría cinco días en la última semana del mes de enero de 2020, a tan solo un año de mi próxima jubilación. Volvíamos a salir con nuestra recién estrenada autocavarana. Pero este no era nuestro destino inicial que era Salamanca y el norte de Cáceres, pero el pronóstico meteorológico  que anunciaba lluvias persistentes me obligó, pese a mi resistencia inicial, a variarlo para poner rumbo hacia Sur a donde el sol parecía que iba a reinar.

Y nada me hacía imaginar lo que tan solo mes y medio después sucedería. Ni a mi, ni al resto de la humanidad amenazada por la pandemia, el Covid19 o “la” que mantiene confinado a medio planeta y cuyos resultados son completamente impredecibles y que nos ha enfrentado a unas realidades que nos cuestas sumir: que no podemos controlarlo todo, que somos muy vulnerables y que somos completamente prescindibles en este planeta. Esta pandemia nos ha obligado a confinarnos en nuestras casas, a aislarnos de todo y lo que es peor, de todos. Y escribo desde mi domicilio, cuando casi se cumplen los dos meses de confinamiento.  Y cuando termino esta frase parece parte de un diario de una película de ciencia ficción.

Ahora, no podemos viajar, nuestros horizontes se han quedado reducidos a escasos kilómetros de nuestras casas. Solo podemos volar con nuestros recuerdos y nuestra imaginación.

Así que partimos el martes día 28 de enero por la mañana.  El viernes había conseguido milagrosamente entradas para  visitar la Alhambra el miércoles siguiente a las 9 de la mañana.

Destaco que cuando pensé en visitar esta ciudad el pasado mes de diciembre, los precios que encontré en la web para visitar la Alhambra me resultaron escandalosos ya que no bajaban de 20 euros por persona.  Pero aun no sé cómo di con la página del patronato, (https://www.alhambra-patronato.es/) la que realmente es oficial porque el resto que publicitan visitas y entradas se enmascaran muy bien bajo nombres que parecen pertenecer a organismos oficiales pero que no lo son. Así encontré las entradas a 14 euros por persona. Y este precio sí que me parecía razonable para una tercera visita a este mágico lugar.

Al llegar a Granada, nos dirigimos directamente al aparcamiento de la Alhambra (37.17169,  3.58002) reservado para autocaravanas, sin ningún servicio excepto aparcamiento   y por un precio que personalmente considero abusivo: 31,50 euros por 24 horas, pero estábamos a  diez minutos de la entrada  (400 metros) y con dos autobuses  que en quince minutos nos dejaban en el centro, así que pagamos la comodidad.

Llegamos sobre las 17,30 y en el aparcamiento había otras tres autocaravanas más.  Y nos acercamos para explorar el terreno para mañana.

 La hora de entrada que figuraba en los tickets se refería a hora para acceder a los palacios Nazaries, y hay que estar allí puntualmente. Así que primero localizamos la entrada principal más cercana al aparcamiento y preguntando a un vigilante, comprobamos que los palacios Nazaríes estaban justo al otro lado de esta entrada y que tardaríamos unos cinco o diez minutos en llegar. Así que hicimos los cálculos de tiempo necesarios para llegar desde el estacionamiento de la autocaravana a la entrada a los palacios a la hora marcada, las 9.  Abrían a las 8,30 por lo que decidimos salir a las 8 por si encontrábamos algo de cola, como así fue.


A la mañana siguiente del miércoles 29,  cumplimos los plazos programados llegando antes de la hora y como no teníamos tiempo suficiente de visitar la Alcazaba antes de las 9, decidimos dar un paseo breve por el Palacio de Carlos V. A la hora convenida accedimos. Y...mucha gente, muchos grupos, muchos chinos, muchos controles en los que únicamente pedían las entradas y  nada sobre lo que introducíamos en bolsos o mochilas. Imposible encontrarse a solas, siempre rodeados de gente.

La Alhambra y sobre todo los Palacios Nazaríes, son una auténtica maravilla que siempre, siempre me cautivan, me maravillan, atrapándome entre sus muros, entre sus patios,ventanas y celosías,  entre sus jardines y sus vistas ...pero la gente, como siempre digo, resta encanto al lugar. Y lo peor, no se puede evitar con menos gente ya que pregunté por algún día del año, alguna hora en la que hubiera menor afluencia de público para poderlo disfrutar y me dijeron que nunca,  que  siempre, los 363 días del año que tienen abiertos y a todas las horas posibles, estaban llenos.


Todas las entradas que se pongan al venta, son vendidas.

Así que tengo que confesar que tuve muy malos pensamientos, como por ejemplo venir en medio de una crisis sanitaria, más seria que la de ahora, que empezaba a hablarse del “corona virus”-¡qué ignorancia la mía!. La Alhambra se cerraría y no vendería todas sus entradas hasta el mes de octubre- Aquel pensamiento pareció trágicamente premonitorio.


Y me tuve que resignar a compartir con todos los demás turistas la belleza de este sitio, el alma de aquellos que la habitaron, de todos los que admiraron su belleza y de todos los que lucharon para que no se perdiera.  Y me resultó difícil. Físicamente me chocaba con los turistas y sentía que la armonía y  belleza de muros y paredes  era contaminada por los colores de las ropas de los turistas y el reflejo casi perfecto de su imagen en el agua de los estanques, también se veía contaminada por las siluetas y el movimiento de todos nosotros.

No quiero decir que no disfrutara, que lo hice, pero no completamente. Es, como si me faltara algo, como si me hubieran arrancado la emoción, la parte inmaterial que surge cuando se contempla y se admira algo tan bello. Me limito a ver, pero me faltaba sentir.

Así  que a falta de esto tan esencial para mi, me limito a compartir las imágenes que pude captar.

Después de nuestra visita a  los palacios regresamos a la Alcazaba donde ya pudimos contar con facilidad los visitantes pero ya no destacaba la exuberante y armoniosa belleza de los Palacios. Aquí son las hermosas vistas sobre la ciudad y el Albaycín las que protagonizan la visita.



Luego nos dirigimos a los jardines y palacio del Generalife y de nuevo nos reunimos con la gente. Resignada a ello, hicimos nuestro recorrido  tratando de disfrutar  ignorando al resto de los turistas y tres horas después de haber entrado  abandonábamos la Alhambra.

 Regresamos al aparcamiento, sacamos a nuestra amiga peluda y comprobamos con el smartphone la hora en la que vendría el próximo autobús, el 35, que pasaba cada media hora para llevarnos a la ciudad. Acababa de pasar uno con lo cual tuvimos tiempo de pasear a nuestra amiga, preparar algo de comer por un por si acaso e incluso esperar cinco minutos a que  llegara. Y lo hizo puntualmente en la parada del cementerio y en tan solo quince minutos descendió  por callejuelas imposibles donde solo cabía él, un microbús, dejándonos en la Plaza de Isabel la Católica.

Y desde  aquí dejamos atrás la Plaza Nueva y a lo largo de la acera del Darro nos dirigimos a la casa del Horno de Oro. Atrás dejamos el Bañuelo que estaba en nuestro camino, ya que lo habíamos visitado la segunda vez que estuvimos aquí, con los niños pequeños en lo que fue el estreno de nuestra primera camper, la VW california hace casi 19 años.

Pretendíamos  ahora pasear por la ciudad viendo aquello que no visitamos las veces anteriores o regresando de nuevo a aquellos lugares  que nos resultaron especial.

 Magnifica la casa y lo mejor fue que la visitamos prácticamente solos. Del siglo XV esta vivienda se estructura alrededor de un patio rectangular con una alberca en el centro que conserva los arcos nazaríes.

De aquí comenzamos nuestras escalada por el Albaycín dirigiéndonos  a la casa Chapi, también hermosa pero de lo que más disfrutamos fue de las estupendas vistas que teníamos sobre la Alhambra,  que hermosa y  orgullosa se yergue sobre la colina. Sus murallas parecen querer guardar el secreto de todas sus historias y de todos aquellos que han pasado a través de los siglos.

Y de aquí al Palacio Dar Al-Horra callejeando por el Albaycín, disfrutando de la tranquilidad de sus calles desnudas de turistas, de chinos;  apacibles, blancas, inmaculadas, silenciosas...


 
Este palacio fue la residencia de la madre de Boabdil y al igual que todas, se estructura en torno a un patio central. En plantas superiores conserva bellas yeserías con inscripciones de la época nazarí. Después de la reconquista Isabel la católica la cedió como monasterio. Desde su torre se contempla un hermoso paisaje con la Alhambra y las cumbres nevadas de Sierra nevada.

Y del Palacio regresamos sobre nuestros pasos al
mirador de San Nicolás, siempre magnífico, balcón a la belleza de la Alhambra, iluminado por un hermoso sol y lleno de la alegría de la gente.

 

Hora de comer pero los restaurantes cercanos carecían de menú, así que en la cercana Plazuela de San Miguel bajo encontramos dos que sí lo tenían pero estábamos tan hambrientos que sin mirar precios ni carta, nos quedamos en el primero. 8 euros el menú. Bueno, sencillo y suficiente. Y también nos sirvió de respiro porque desde las 8 no habíamos parado y los años a mí me pesan y me quejo de mis lumbares, del dolor que últimamente sufro y que comienza a acompañarme cuando llevo caminando 20 o 30 minutos, del neuroma de Morton de mis pies, sobre todo el derecho...para lo cual lo único que pude hacer fue “chutarme” un ibuprofeno a las 8 y ponerme una almohadilla de silicona en el pie que pudiera aliviar o prevenir el dolor  que me produce el neuroma. Pero afortunadamente, o el ibuprofeno hizo su  trabajo o me tocó el día de suerte y me libré del dolor aunque el descanso nos vio muy bien.


 Después de tomar nuestra comida descendimos del Albaycín por una calle que nos recomendaron para disfrutar de las espectaculares vistas sobre la catedral.



Después,  ya en la Alcaicería, visitamos la casa del Carbón y paseamos por la zona hasta que de pronto fuimos conscientes de que faltaban escasos minutos para las 16 horas y a las “punto y las medias” salía nuestro microbús de vuelta al cementerio, así que nos dirigimos a la parada con tan buena suerte que parecía estar esperándonos partiendo puntualmente.


Tuvimos la duda de si bajarnos en el Carmen de los mártires pero el conductor nos dijo que no paraba allí y que iba directo al cementerio.  Mejor, duda disipada además de que no nos habría dado tiempo a visitarlo todo con tranquilidad antes de que se cumplieran las 24 horas de rigor del aparcamiento antes de las cuales queríamos partir.

A las 16,30 pusimos rumbo a un aparcamiento a las afueras de Granada, cerca de un centro comercial así que abonamos los 31 euros y en unos quince minutos encontramos el lugar (37.141800,-3.615110). Un descampado con Sierra Nevada al fondo y donde los vecinos salían a pasear sus perros. Unos franceses y una pareja checa nos hicieron compañía, aunque los franceses, incomprensiblemente marcharon a las 21 horas y siempre que nos pasa eso nos genera cierta inquietud.

El jueves día 30 partimos ya rumbo a la Alpujarras. Circulamos unos kilómetros por autopista para internarnos después por carreteras alpujarreñas. Dejamos Lanjarón atrás al que no encontramos mayor atractivo o interés y transitamos por una retorcida y buena carretera que nos internaba por estos accidentados y bellos parajes.

Atrás dejamos Orgiva y descartamos  Soportujar  ya que no nos sentíamos especialmente atraídos por lo que parecía su mayor atractivo, las brujas,  para poner rumbo directo a Pampaneira, lugar del que dicen que es el más bonito de todas las Alpujarras.

Y al fondo del valle, destacando sobre la loma de la sierra coronada por el blanco de la nieve, encontramos  los hermosos pueblos de Pampaneira, Bubión y Capileira, colgados de ella, desafiando la ley de la gravedad y pese al contraste de sus casitas blancas, la armonía con su entorno era completa.


Comenzamos a desgranar estos tres hermosos lugares comenzando por Pampaneira (aparcamiento 36.939428; -3.361732). Realmente es un lugar muy hermoso. Nos sorprendió su sencilla belleza, su tranquilidad, la humildad e inteligencia de su arquitectura,  y es que los tejados planos de sus viviendas eran las terrazas y a su vez en su parte inferior formaban túneles en las calles. Aprovechamiento extremo de un espacio que parecería imposible. 

 

Como cubos blancos unas casas  sucedían a otras y las formas rectas dominaban este ondulante paisaje. Pero estas formas rectas se rompían por las curiosas chimeneas curvas terminadas en una especie de gorro de bruja que exhalaba el humo de la quema de la leña.  

 


Por las estrechas callejuelas nos topamos con el sorprendente espectáculo del repartidor de butano que se movía con un vehículo de  reparto  de tamaño adaptado al ancho de las calles  que conducía con una destreza que solo la práctica otorgaba ya que ante la imposibilidad de dar la vuelta, conducía marcha atrás con la misma habilidad que hacía adelante evitando además el canal central que todas las calles tenían para que circulara el agua de las lluvias. La estrechez de las calles imposibilita el suministro de gasóleo de calefacción por lo que la fuente de calor sería aquí el gas y la leña.

Desde la parte alta de la ciudad observé sus tejados que eran exactamente iguales a los que vimos en las viviendas en Marruecos:  planos con una especie de arena de pizarra por encima. Y pregunte a unos jóvenes como estaban hechos. Nos dicen que madera sujetando las lanchas de pizarra y luego  un plástico sobre el que echan la tierra o esa arena de pizarra. Pero antes de la existencia del plástico, las viviendas no tenían humedades y si aparecían en algún punto, les echaban más arena. Me resulta más que curioso comprobar este tipo de construcción igual a la marroquí y que evidentemente proviene de la cultura árabe pero que se ha conservado a través de cinco siglos.


El olor a leña quemada se sumó al encanto del lugar y así la vista, el oído y el olfato participaron del indiscutible encanto de este rincón alpujarreño.

 El inmaculado blanco de las fachadas era roto por el color de las plantas que sus moradores cuidaban con esmero a las puertas de sus casas y también por las jarapas multicolores  que los artesanos ofrecían. Y de allí nos trajimos una pequeña para la entrada de nuestra casa y un par de ellas, como alfombrillas de baño,  para nuestros hijos.


Llenos aun de la peculiar belleza de este lugar continuamos rumbo a  Bubión donde no encontramos ningún aparcamiento, así que seguimos encaramándonos hacia Capileira. Allí aparcamos a las afueras del pueblo en un balcón espléndido para pernoctar  (36.961313; -3.356606) y descendimos para visitarlo y verlo, como alguien dijo, “con los pies”. Pero después de Pampaneira, este pueblecito, aunque hermoso, no resulto más bello, así que tras un breve paseo decidimos poner rumbo hacia Pitres para comer en el area recreativa de Fuente Agria ( 36.940961; -3.306541).

Llegamos a una hora estupenda para comer. Allí encontramos a un lugareño que vendía productos de la tierra hablando con un joven mochilero. Angel quiso nueces que tenían un buen precio. Pero también nos dio a probar sésamo garrapiñado para las ensaladas, exquisito manjar así como una especie de queso de almendra que en el fondo era un delicioso dulce y como no, pecamos. Luego nos enredamos en una animada conversación. Nos comentó que el joven mochilero que hablaba con él venía caminando desde Bélgica y su destino era Estambul, a pie.

 Y no dejan de sorprenderme estos auténticos viajeros. Qué riqueza adquieren, qué cabeza más maravillosa deben tener. Y luego siento una tierna  complicidad con esos padres preocupados por un hijo que en soledad, camina por lejanos senderos rodeado de gente extraña. Sí, estupendo para el muchacho, no tanto para sus padres. Todavía recuerdo mi preocupación cuando nuestro hijo pequeño insinuó querer viajar solo a Holanda en bicicleta. Menos mal que se le fue de la cabeza.

Nos acercamos al manantial donde cuatro o cinco caños cubiertos de óxido expulsaban agua cristalina. Lleno una de mis botellas y bebo. Mi primera reacción es escupir el agua. Me ha dejado un sabor herrumbroso en la boca pero además, parece tener gas. Y no podría definir su sabor como “amargo”,  como el nombre de su fuente. Es, curioso, distinto, parece agua con gas… con sabor a clavos.

Lleno dos botellas para que las pruebe la familia y después de despedirnos de nuestro improvisado amigo que recoge su puesto de venta, comemos para después bajar a ver la cascada.

Descendemos unos escalones de cojo, incómodos, pero en pocos peldaños estamos a los pies de una  caída donde el agua desciende  unos cuatro o cinco metros sobre una plancha de roca teñida de color dorado oscuro que más la asemeja a un tronco abierto que a una roca. El canal por el que circula el agua está también teñido de este color, así como los bordes del cauce por los que se descuelga hacia abajo. 

El sitio tiene una curiosa belleza y me alegra comprobar que a mis casi 59 años todavía hay cosas que son capaces de sorprenderme y sobre todo, lugares escondidos en estos rincones de nuestra geografía. Y este lugar, su curiosa fuente y su sabor, ha sido uno de ellos.

 

Y ponemos ahora rumbo a Trevelez donde tenemos pensado pasar la noche.

Trevelez descansa a los pies del Mulhacén, teñido del blanco de la nieve que parece haber caído sobre sus cumbres hace poco. Dejamos la autocaravana y nos perdemos por sus calles, de similar arquitectura a los otros pueblos de la zona pero no con tanto encanto y nos encerramos en la autocaravana a leer, escribir y después de cenar a descansar (37.002291; -3.268985).

A la mañana siguiente ponemos rumbo a Mecina Fondales y Mecinillas. En algún relato había leído que mejor tomar la desviación pasado Pitres para evitar una retorcida carretera  y, o se confundieron  o yo lo interpreté mal porque justo lo hice al contrario metiéndonos por una carretera imposible, retorcida y muy estrecha que nos obligó a dar la vuelta para lo cual tuvimos que sudar. Si se va de Pampaneira a Lanjarón, hay que tomar la desviación ANTES de Pitres.

Así que dejándonos guiar esta vez por el navegador, después de Piltres tomamos una desviación hacia Mecina Fondales. Tuve mis dudas pero la carretera era más ancha y aunque algo sinuosa, nada que ver con la anterior y con muy buena visibilidad así que viendo que venía algún coche que otro, nos apartábamos antes.

Y en pocos kilómetros llegamos a Mecina Fondales. Dejamos la autocaravana aparcada junto a la iglesia y nos internamos por sus calles.


Y resultó todo un acierto ya que el pueblo conserva unos hermosos rincones con arquitectura típica alpujarreña, casas encaladas, tejados que son terrazas en su parte superior y túneles por abajo, puertas con escaleras de acceso casi imposibles, y mucha mucha paz.  Una anciana pequeñita y encogida, de edad indescriptible, se afanaba en barrer con una escoba una parte de la calle. No respondió a mi saludo. Aquí no había turismo, no había tiendas, ni bares, ni restaurantes. Todo parecía algo más auténtico. Solo tranquilidad.. Precioso y entrañable lugar cuya visita recomendamos.


Regresamos a la autocaravana y pensamos si acercarnos a Mecinilla. Nos daba miedo la carretera pero comprobé que tan solo estábamos a 300 metros. Así que decidimos acercarnos paseando por la carretera y disfrutando de un hermoso día.

 

Olía a flores, los almendros estaban en flor y estábamos rodeados del verdor del campo. Nos atravesó un rebaño de cabras y ovejas con su pastor y enseguida nos encontramos en las callejuelas de Mecinillas, encantadoras, entrañables, autenticas, rodeados del blanco de la cal de las paredes, la madera de las puertas, la estrechez de sus callejuelas y el marco incomparable de una agreste naturaleza que hoy, en un día soleado y con una estupenda temperatura resultaba muy hermosa resaltado la belleza de todo el entorno, pero que en un día frio y lluvioso se vería y sentiría de otra manera, sobre todo, por su dureza.

 


Y regresando por donde habíamos venido dimos por terminado nuestra escapada granadina poniendo rumbo a donde estamos ahora en el Embalse de Cubillas, junto al restaurante las torres, a pocos kilómetros al norte de la ciudad de Granada, junto a la orilla en un lugar tranquilo aunque, tengo que decirlo, algo descuidado y sucio. Para descansar y pasar la noche, estupendo lugar.

Mª Angeles del Valle Blázquez

Boadilla del Monte, octubre de 2020

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